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Foto del escritorMARTIN PERSCH

Graeber y los inicios de la humanidad

Parte I: El círculo de la civilización

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La ultima vez que intenté resumir un libro de David Graeber, con ocasión del primer año de su fallecimiento, terminé escribiendo un pequeño librito con un poco menos de 100 páginas. Se trató de un intento por exponer brevemente el argumento de “En Deuda”, un libro que descifra la lógica subyacente de la moderna economía de mercado, realizando una revisión crítica de sus primeros 5000 años.


Se trata de una obra colosal, y solo la idea de resumirla colinda con la locura. Es por ello que en lo siguiente me limitaré a presentar algunas ideas y conclusiones claves, para desarrollar luego uno u otro argumento propio.”

“The Dawn of Everything” (en castellano El Inicio de todo)[1], su último libro que apareció en noviembre del 2021, recorre en paralelo los procesos civilizatorios que la humanidad experimentó en los cinco continentes durante los últimos 50.000 años.


Es decir, se trata de una obra colosal, y solo la idea de resumirla colinda con la locura. Es por ello que en lo siguiente me limitaré a presentar algunas ideas y conclusiones claves, para desarrollar luego uno u otro argumento propio.


Graeber falleció apenas unas tres semanas después de haber culminado su ultimo libro, “The Dawn of Everything”, escrito a lo largo de casi 10 años junto a su buen amigo, el arqueólogo y especialista en prehistoria del University College London, David Wengrow. El libro trata, como su nombre ya deja entrever, de los tímidos inicios de lo que llamamos comúnmente civilización; y aquí ya empiezan los problemas; ¿Qué entendemos por civilización? En otros tiempos, éste término había sido reservado para el área cultural que comprende básicamente las culturas europeas y sus descendientes inmediatos, como los Estados Unidos, es decir, aquello que hoy en día llamaríamos Occidente.


A cualquiera con una formación antropológica básica le sorprendería que Graeber, un antropólogo destacado, y quien contribuyó en un sinfín de las revistas más prestigiosas con disputas y debates (muchas veces muy acaloradas, como la controversia en torno al Giro Ontológico, especialmente sus intercambios con Eduardo Viveiro Castro), es decir, un antropólogo perfectamente informado sobre los debates teóricos de actualidad, inaugura su argumento en base a dos conceptos que se pensaban pasados de moda, inadecuados y que creíamos expulsados desde mucho tiempo de lo que sería antropología “seria”; civilización y área cultural.


No se trata de un patinazo teórico. Para todos quienes conocemos los trabajos de Graeber es evidente que no pretende reanimar conceptos muertos, y muertos por una muy buena razón; por articular una visión histórica colonialista (civilización) o ideas demasiado vagas (área cultural). Graeber realiza un ejercicio teórico preciso y ejemplar; en vez de rechazar simplemente conceptos antiguos e inventarse neologismos a la moda, corriendo con ello el peligro de revestir simplemente viejas ideas con un ropaje nuevo y brillante (como es buena costumbre posestructuralista), recupera éstos conceptos que articulan ideas fundamentales y aparentemente imprescindibles y les da nueva forma al llenarlos con contenido que corresponde con nuestro conocimiento actual sobre el desarrollo civilizatorio. La narrativa que Graeber y Wengrow reconstruyen en su libro coincide, en un primer momento, con la visión histórica que Adorno había plasmado en su Dialéctica Negativa:“Ninguna historia universal lleva del salvaje a la humanidad, pero ciertamente una de la honda a la megabomba” (Adorno, 2015: 314).


Graeber y Wengrow no presentan una definición alternativa y antojada del concepto de civilización, con el que obrarían luego en el libro, presentando así una historia optativa gracias al ingenuo conceptual. Muy por el contrario. Al estilo de la Fenomenología del Espíritu, éste concepto fundamental va tomando forma a lo largo de una exposición extraordinaria de más de 560 páginas que contienen una cantidad abrumadora de ejemplos y análisis de casos de los cinco continentes, porque “lo verdadero es el todo […] Pero el todo es solamente la esencia que se completa mediante su desarrollo” (Hegel, 2020: 19). Es así que solo al final de esta exposición, el concepto de civilización termina presentando una fisionomía que difiere fundamentalmente del viejo y reaccionario concepto al que nos hemos (o hemos sido) acostumbrados. Y aquella diferencia conceptual no se explica por una presentación arbitraria de casos exóticos o periféricos, sino, muy por el contrario; las investigaciones arqueológicas, antropológicas y históricas realizadas durante los últimos 30 años evidencian cada vez más que nuestras ideas tradicionales sobre el desarrollo humano universal, cuyas axiomas habían sido formuladas básicamente durante el siglo XIX, solo se ajustarían a casos exóticos, como lo es Occidente, y que no resistan una revisión exhaustiva de lo que habría ocurrido durante decenas de miles de años en otras partes del planeta.

Los autores llegan a su concepción atípica de la idea de civilización no solo al revisar a la luz de nuevos descubrimientos los clásicos ejemplos conocidos de sobra, como Mesopotamia, Egipto, Roma, los Aztecas, el Tahuantinsuyo, la dinastía Shang, etc. sino que los confrontan y comparan entre ellos, y también con procesos históricos que se desarrollaron en sus inmediaciones geográficas e históricas. Pero más que la comparación entre diferentes procesos, centran su visión en estos curiosos espacios inter-civilizatorios, o procesos-puentes. Al alejarse un poco de los casos en particular y tomar una perspectiva de pájaro, van perfilándose similitudes inesperadas entre todos estos casos que no se refieren a prácticas culturales específicas, sino más bien semejanzas en su desarrollo histórico general.


La historiografía de todos estos espacios geográficos y civilizatorios, sean ésta del espacio Andino, Egipto, Chino, Romano, etc. clasifican los procesos históricos en función a horizontes, etapas o dinastías que pintan un panorama similar a un paseo en una montaña rusa; hay subidas que corresponderían con los picos civilizatorios, y bajadas que corresponderían con desmoronamientos civilizatorios.


Quedamos por un momento en nuestro espacio andino, cuya historia precolombina es clasificada en base a tres horizontes[1]; Temprano, Mediano y Tardío. Cada uno de éstos horizontes corresponde con la duración de una de las grandes civilizaciones matrices de la cultura andina, como Chavín, Huari, Tihuanacu y obviamente Inca. Éstos tres horizontes principales son separados por dos horizontes llamados “intermedios”; el Intermedio Temprano y el Intermedio Tardío, y que corresponden con la duración de una serie de culturas regionales, como Nasca, Chimú o Cusco.


Al analizar la extensión de cada uno de éstos horizontes, podemos constatar un hecho bastante llamativo; los Horizontes Intermedios tienen una duración similar e incluso más extensa que los Horizontes Principales. Pareciera que la civilización, con todos sus elementos que asociamos con ella (estratificación social basada en una clara jerarquía administrativa, templos, cultura urbana, compleja división de trabajo etc.) se habría encogido y limitado durante miles de años en unos pocos puntos dispersos, como una llama que fue llevada a una caverna para que no se apagara mientras que afuera soplaba el viento de la barbarie.


Éstas grandes civilizaciones que marcan los tres horizontes son entendidas como cumbres del proceso civilizatorio del espacio andino, y todo antes como “tiempo de formación” y todo después como “decadencia”. Las culturas regionales son presentadas como meros pasos previos a los grandes acontecimientos trascendentales que se darían durante los Horizontes principales, en los que elementos culturales dispersos de las diferentes culturas regionales serían galvanizados y elevados a componentes de una civilización transgresora.


Graeber y Mengrow, con los escritos de Marcel Mauss de la mano, nos invitan a repensar por un momento esta forma de concebir el proceso civilizatorio que se aplica no solo al espacio andino, sino que ha sido elevado a esquema universal del desarrollo cultural (quién no haya aprendido en su curso de historio acerca de la formación y decadencia de los imperios egipcios o romanos). El término “civilización” deriva de la palabra latín “civilis”, que describe en una palabra el comportamiento que se podría (o se debería) esperar de un ciudadano romano; afable, servical, bien educado, decente, pero sobre todo, colaborativo. El concepto de civilización describe por lo tanto circunstancias que podrían ser mejor descritos con la consigna del “apoyo mutuo”, es decir, en las que un grupo se organiza bajo el principio de la colaboración colectiva. De ello sigue en palabras de Graeber y Wengrow que “...si la verdadera civilización se caracteriza por la ayuda mutua, la cooperación social, el compromiso cívico, la hospitalidad o simplemente el cuidado de los demás, entonces la verdadera historia de la civilización aún no se ha escrito” (Graeber y Wengrow, 2022: 463).


Intentamos aplicar este juicio ahora a nuestro ejemplo del espacio andino. Para ello recurro a un concepto, elaborado por John Murra que considero de gran importancia para comprender la historia política del espacio andino, y que lamentablemente no ha recibido mención en el trabajo de Graeber y Wengrow, pero que me ayuda a progresar su argumento. Hablo del Control vertical de un máximo de pisos ecológicos (Murra, 1975), que describe, en pocas palabras, la necesidad de colaboración entre grupos que se sitúan en diferentes espacios ecológicos, que debido a las características geográficas del espacio andino se encuentran en diferentes pisos de altura y que representan para los diferentes colectivos humanos accesos diferenciados a recursos específicos. Sólo un acceso a todos los recursos de todos los pisos ecológicos permite una vida sin privaciones y peligros de desnutrición. El impresionante sistema redistributivo que los Incas organizaron con la ayuda de los Quipus puede ser entendido como un intento por solucionar este problema; los ayllus, las unidades administrativas más pequeñas del tejido político-social incaico, recibieron, dependiendo del piso ecológico en el que se situaron, recursos de zonas distantes, es decir, de los demás pisos ecológicos a los cuales no tuvieron acceso inmediato, entregando como contrapartida gran parte de los productos que lograron producir en el espacio ecológico propio. No hace falta mencionar que éste sistema estuvo lejos de ser un sistema socialista, basado en un intercambio de valores equivalentes o entre iguales; el “servicio” redistributivo tuvo que ser pagado muy caro, y los bienes recibidos no recompensaron ni de cerca el trabajo invertido en los productos que tenían que ceder a la administración incaica. Es decir, en base a nuestra definición no podríamos clasificar el trato que la élite incaica dio a los habitantes de los diferentes ayllus como“civilizado”, sino más bien despótico.


Ahora entran en acción las ideas de Marcel Mauss, y también el concepto de área cultural (inicialmente planteado por Boas, Wissler y Lowie), y al igual que con la civilización, realizan Graeber y Wengrow un giro conceptual asombroso en vez de reanimar simplemente un fósil un tanto impreciso. Aunque Mauss rechazó la idea del difusionismo cultural, sobre el cual descansó parcialmente la idea de los áreas culturales, estuvo interesado en un fenómeno recurrente en los estudios antropológicos de los indígenas de Estados Unidos y de las sociedades de Oceanía; contrario a nuestra concepción tradicional, de acuerdo a la cual concebimos a las sociedades indígenas como sociedades poco complejas y con individuos cuyo radio de acción es restringido a su aldea o comunidad, parecía más bien que las posibilidades de movilización de los indígenas norteamericanos eran sorprendente amplias; debido a principios organizativos totémicos que dividieron y organizaron las aldeas de diferentes pueblos en una serie de clanes, podían los miembros de estos clanes desplazarse por territorios increíblemente vastos y estar seguros de encontrar en todos estos lugares refugio y alimento por parte de otras personas pertenecientes a su clan. Éstos principios organizativos regían entre diferentes pueblos que hablaron en otra lengua, se vestían diferente y que realizaron actividades productivas variopintas. Aquello llevó a Mauss a considerar que las culturas serían “estructuras de diferenciación”; contrario a la idea del difusionismo, parecía que los diferentes pueblos estaban perfectamente al tanto de los desarrollos tecnológicos, creencias y formas de vestir de sus vecinos e incluso otros pueblos más lejanos, y si no las adoptaron fue por una decisión consciente; no solo no querían ser como ellos sino que querían demarcar y diferenciarse. También estudios etnohistóricos del espacio amazónico sugieren que las diferencias culturales corresponderían en gran medida con funciones productivas diferenciadas de los diversos pueblos en un tejido socio-económico vasto basado en intercambios constantes (Hornborg y Hill, 2011).


Es impracticable describir aquí en detalle estos sistemas organizativos o las diferentes interpretaciones que se hicieron de ellos, y es igualmente imposible ahondar la discusión sobre el control vertical de un máximo de pisos ecológicos o si la alternancia entre civilizaciones extensas y culturas regionales en el espacio andino se deben o no a las variaciones climáticas. El libro de Graeber y Wengrow sugieren una explicación alternativa. Quiero ahora fusionar ambas ideas desarrolladas arriba con la intención de reproducir, de la forma más exacta que me es posible en un artículo pequeño, la idea fundamental de la obra de Graeber y Wengrow; la intención de su trabajo es, como el lector ya habrá detectado, dar algunas pistas y orientaciones para escribir aquella historia de la civilización aun no contada.

En vez de pensar los horizontes intermedios o los largos tiempos que separan diferentes dinastías, en la China, en Egipto, en los Andes o en cualquier otro lugar del mundo, como meros “pasos previos” para o “desmoronamiento” de un momento civilizatorio, deberíamos pensarlos como aquellos momentos de la historia humana que realmente merecerían el nombre de civilización. No se trata de periodos oscuros de decrecimiento, de estancamiento cultural o de tiempos dominados por una violencia generalizada. Datos arqueológicos parecen sugerir que las fases de violencia intensa y masiva que podemos encontrar en determinados espacios geográficos coinciden más bien con los periodos de expansión de algún imperio (Fuentes, 2018). Las culturas regionales de los horizontes intermedios en el espacio andino, con su escaso poder político localmente limitado podrían ser expresión de momentos históricos en los que los pueblos situados en los diferentes pisos ecológicos lograron organizar colaborativamente, sin necesidad de una jerarquía administrativa formalizada, las dinámicas reproductivas en un territorio vasto en base a principios organizativos similares a aquellos que fueron descritos para los indígenas norteamericanos; no estaríamos hablando de un control vertical sino de una colaboración vertical de un máximo de pisos ecológicos. La expansión de los grandes imperios, como el Incaico, podrían ser entendido como un momento de violenta ruptura del proceso civilizatorio; podemos imaginarnos múltiples circunstancias que llevarían a un grupo en particular a monopolizar la organización de estas dinámicas reproductivas, lo que equivaldría la suspensión del principio cívico, es decir, el paso de una confederación de sociedades conectados por el principio del apoyo mutuo hacia un estado único que organiza la reproducción del tejido político-social en base al control absoluto y exclusivo de los mecanismos de redistribución.



Confederaciones de pueblos basados en el apoyo mutuo o estados únicos representan obviamente mecanismos fundamentalmente diferentes de distribución de poder político, y aquello nos obliga a poner en discusión otro concepto fundamental de la antropología y de la filosofía política; la libertad. En la siguiente entrega revisaremos críticamente como Graeber y Wengrow construyen su concepto de libertad que servirá como la masilla de su historia alternativa del proceso civilizatorio.



Fuentes:

ADORNO, Theodor W., [1966] 2015, Negative Dialektik, Suhrkamp Verlag, Frankfurt A.M.

FUENTES, Agustin, 2018, La Chispa Creativa: cómo la imaginación nos hizo humanos, Ariel, Barcelona

GRAEBER, David; WENGROW, David, 2022, Anfänge, Eine Geschichte der Menschheit, Klett-Cotta, Stuttgart

HEGEL, Georg F., [1807] 2020, Phänomenologie des Geistes, Suhrkamp Verlag, Frankfurt A.M.

HORNBORG, Alf; HILL, Jonathan, 2011, Ethnicity: Reconstructing Past Identities from Archeology, Linguistics, and Ethnohistory, University Press of Colorado, Boulder-Colorado

MURRA, John, 1975, Formaciones Económicas y Políticas del Mundo Andino, Instituto de Estudios Peruanos, Lima


[1] Las siguientes reflexiones son mías, y posibles imprecisiones serían responsabilidad mía y no podrían ser atribuidos a Graeber o Wengrow.

[1] Aun desconocemos el nombre que recibirá la versión española. El título alemán es Anfänge, es decir, Inicios)

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