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Foto del escritorMARTIN PERSCH

¡Aniquilación!...¿pero de quién?

Contrailustración y filosofía política en la última novela de Houellebecq *

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¿Cómo escribir una nota sobre una novela que aun no salió en lengua castellana sin “spoilear”? Porque se supone que una reseña debe hacer justamente eso; exponer en pocas palabras el argumento de un libro y valorarlo en base a éste, pero al hacerlo arriesgaría obviamente decir más de la cuenta.



La última novela de Michel Houellebecq “Aniquilar” saldrá el 15 de junio en la editorial ANAGRAMA.


"Y al haber leído casi todos sus libros, quiero empezar con una afirmación un tanto general y poco específica, pero que expresa bastante bien mi impresión elemental; es el mejor Houellebecq que he leído, de una sensibilidad asombrosa de la que yo le creía incapaz." (...)

¿Y cómo reseñar un libro de Houellebecq? Uno puede notar, no sin una buena porción de vergüenza ajena, que los reseñadores creen a menudo necesario ponerse en “plan Houellebecq”, copiando su lenguaje, estilo, y empezando sus reseñas con la contabilización de las “mamadas” que tienen lugar en la novela (en ese sentido creo que solo los fans de Bukowski son todavía más agotadores).


¿Y cómo y por qué reseñar una novela siendo todo lo contrario a un especialista en literatura? Soy lector apasionado, pero desprovisto de las armas metodológicas de la crítica literaria. Se suele decir que el estilo de Houellebecq es justamente no tener estilo, o en todo caso, tener un estilo horroroso, y que las historias que construye no serían más que una catarsis intelectualizada para su vida sexual frustrada. Soy teórica- y técnicamente incapaz valorar la primera afirmación, pero creo que la segunda no solo es demasiado simplista sino expresión de una flojera intelectual penosa.


En la presente reseña me abstendré de valorar la última novela del “enfant terrible” de la literatura francesa en función a su estilo, es decir, no se trata de un análisis de su estética. Me limitaré a analizar, como se suele decir, el fondo; el contenido político e ideológico de su libro.


Y al haber leído casi todos sus libros, quiero empezar con una afirmación un tanto general y poco específica, pero que expresa bastante bien mi impresión elemental; es el mejor Houellebecq que he leído, de una sensibilidad asombrosa de la que yo le creía incapaz. El autor sigue siendo fiel a su estilo, y por su puesto que también hay mamadas, y varias, pero aquellas llegan a ser absolutamente nobles, casi sublimes. Sexo oral como alegoría de un amor incondicional. Temo que no puedo explicar esta afirmación sin correr el riesgo de delatar demasiado, pero estoy casi seguro que cuando terminarán el libro, coincidirán conmigo, o por lo menos, entenderán a lo que me refiero.


Oscura profundidad


Houellebecq es un pensador profundo; eso suena muy a cliché, pero cuando hablo de profundidad quiero tenerla entendida en el sentido en que Theodor Adorno clasificó a Kant como un filósofo profunda; un filósofo quién no teme articular su obra de forma consecuente hacia un único punto de fuga; las contradicciones que su filosofía podría tener consigo mismo. Profundidad consiste en “perderse, sin miramientos y sin consideración de algún objetivo del pensar, en la cosa misma”(Adorno, 2022).


Y de la misma forma podemos señalar sin ambigüedades que Houellebecq es un autor profundo, porque su novela nos muestra un autor que expone y revela sin temor o la menor vergüenza, su proceso de pensamiento, haciendo flotar, visible para todos, las contradicciones que siente. Y son estas contradicciones, que muchos de nosotros podríamos percibir en algún momento, pero que debido a nuestro condicionamiento por la etiqueta del discurso público, nos negamos incluso a sentir, que valieron al autor el calificativo de “políticamente incorrecto”. Pero una dedicación sincera con sus trabajos nos lleva rápidamente a la conclusión de que no se trata de meras provocaciones; Houellebecq no un simple trickster. A menudo es necesario escribir nuestras ideas para conocerlas, y expresar nuestras contradicciones para saber que las tenemos. Y hacerlo de manera sincera significa romper convenciones, y la regla de oro bajo la cual Houellebecq escribe sus novelas pareciera ser la misma que Hegel formuló para su filosofía; guardarse de ser reconfortante. Pero lo incomodo, lo doloroso, lo provocador con lo que salpica sus libros no son un fin en sí, sino expresión fiel del mundo que habita, como decía Adorno en relación a las obras de Samuel Beckett:“Lo miserable y dañado en ese mundo de imágenes es una huella, un negativo del mundo administrado.” (Adorno, 2019: 53). Muchas veces, lo profundo suele ser oscuro.


Crítica del mundo administrado


"¡No hay ganadores en este juego, y el capital aniquilará a cada uno de nosotros!"

Oscura es también su crítica al capitalismo, como debe ser leído no sólo su última novela. Houellebecq no escribe una historia sobre el triste y duro destino de un paria, como lo hizo Charles Dickens en su Oliver Twist, ni una novela desenfrenada cuyos protagonistas claman la revolución social al estilo de Ostrovski en su Así se templó el acero. Tampoco se incorpora en la versión moderna e inofensiva de la Netflix-sociología, al estilo de Roma o Parásitos, denunciando la exclusión injusta de “los de abajo”. Houellebecq no nos cuenta qué tan triste es la vida de los explotados y excluidos, aunque varios comentarios irritantes de sus personajes nos aclaran que el autor es perfectamente consciente de ello, pero que es cosa sobreentendida y que no vale la pena revelar algo plenamente sabido.


Los protagonistas de sus últimos libros, tanto de Sumisión, Serotonina y ahora Aniquilar, son hombres blancos de mediana edad y en situaciones sociales absolutamente confortables, es decir, con buenos trabajos estables y bien remunerados (incluso por encima del promedio), y por lo tanto con cuentas bancarias llenas, es decir, un tipo de gente del que se dice (no sin razón) que son los dueños del mundo.


Los personajes son construidos sutilmente; Houellebecq introduce en sus textos situaciones y referencias aparentemente innecesarias para la trama, y cuyo único propósito pareciera ser la aclaración que las preocupaciones financieras no forman parte del universo emocional de sus protagonistas, o en todo caso, que constituyen motivaciones secundarias, como cuando en su última novela, Prudence, la esposa del protagonista Paul, le comenta de paso que el siguiente mes terminarán pagando la hipoteca de su departamento en el centro de Paris, pagos que consumían (como nos informa el autor) un tercio del salario de ambos; Paul lo nota con agrado, confesando que ya se había olvidado de ese “detalle”. Que los pagos de un departamento en el centro de París constituyen una especie de ruido de fondo provoca en nosotros automáticamente la pregunta; ¿Y qué problemas podría tener gente así? Y aun así, las tienen. Y vaya problemas.


Y es justamente por ello que la crítica al capitalismo presentada por Houellebecq esa una de las más radicales que podríamos imaginarnos, y tal vez la única realmente consecuente para un literato bien acomodado: que el capitalismo ocasiona un inevitable proceso de putrefacción social, político y cultural, y que no importa cuanto dinero tengas o de cuantos privilegios gozas; en algún momento, probablemente el más inesperado, esta putrefacción alcanzará a tu entorno, a tus amados y también ti y se apoderará de tu vida para desgraciarla. ¡No hay ganadores en este juego, y el capital aniquilará a cada uno de nosotros!


Pasiones Familiares


Pero su crítica al capitalismo no es progresista, sino propio de la Contrailustración, y debido a su visión histórica retorcida que comparte con otro “apóstol de la irracionalidad”, Friedrich Nietzsche, comparte también su desprecio por Rousseau; “No fue el carácter templado de Voltaire, inclinado al orden, la limpieza y la reconstrucción, sino la locura apasionada y las medias mentiras de Rousseau las que despertaron el espíritu optimista de la revolución, contra el que grito: "Ecrasez l'infame". Debido a él fue espantado durante mucho tiempo el espíritu de la iluminación y el desarrollo progresivo” (Nietzsche en Lucaks, 1988:263).


La iluminación y el desarrollo progresivo que Nietzsche tiene en mente no coincide exactamente con la visión que solemos hacernos de ello, y que consiste básicamente en la “aniquilación” de la “chusma socialista” con su moral de esclavo e instaurar la moral de amo para abrir paso al dominio de los superhombres. Houellebecq comparte esa obsesión con Rousseau, a quién menciona una y otra vez en sus ensayos (y también en su última novela) como anagrama de todo lo malo. De repente iríamos demasiado lejos al atribuir a Houellebecq esta visión de futuro, sin embargo, podemos constatar que su análisis se consume en una fuga hacia atrás. El autor parece compartir el veredicto que Marx y Engels plasmaron en el Manifiesto Comunista: “Todo lo estamental y lo establecido se evapora, todo lo sagrado se profana, y las personas acaban viéndose obligadas a contemplar su posición en la vida y sus relaciones recíprocas con ojos desapasionados.”(Engels, Marx, 2017:11).


La novela pareciera tener un único objetivo; ejemplificar en la historia de una familia toda esa “evaporación” de todo lo establecido y sagrado, es decir, el desvanecimiento de la sociedad a causa de las dinámicas del capital. Y ante este panorama bastante desalentador y distópico, Houellebecq proyecta un espacio seguro, una especie de “panic room”, un búnker atómico en el que los individuos puedan refugiarse para escapar al iminente amageddon societal y en el que las relaciones entre las personas no solo son apasionadas, sino caracterizadas por algo más que eso; por el amor. Y para el autor, el verdadero amor solo parece ser posible en el seno de la familia.


Houellebecq apuesta por la familia, como unidad administrativa mínima de una sociedad basada en el amor, tal como habría sido (según él) en el pasado. Sin querer, toma así la posición de quienes más detesta; por ejemplo de un Jean Paul Sartre (contra quién despotrica de vez en cuando en sus ensayos), y quién seguía la ruta teológica de Kierkegaard. Aquél filósofo a quién podemos señalar sin remordimiento de conciencia junto a Schopenhauer como uno de los primeros expositores de la autoayuda moderna, señaló que la “fe en el progreso” de Hegel debía pasar, en contraste con el proyecto comunista de Marx, que cada quién debería trabajar en su propia salvación. Eso era también el credo del existencialismo francés, y al parecer también el de Houellebecq. Y para apostar, en tiempos del hedonismo militante y del cinismo generalizado de nuestros tiempos modernos, a ser una “persona de familia”, habría que ser realmente un superhombre o compartir la locura Nietzschena.



Con semejante alegato para un pasado romantizado, Houellebecq parece cerrar un círculo y confirmar aquellas interpretaciones que le sitúan desde años más cerca del “lado oscuro del poder” que de la Ilustración. La apuesta de Houellebecq por la familia tradicional es verdaderamente conmovedora, tierna, y casi convincente. Pero solo casi. Porque como antropólogo (en ello creo ser más experimentado que en la crítica literaria) tengo la certeza de que el pasado romántico al que apela Houellebecq es justamente eso; una ilusión romántica. Pero tal vez una ilusión romántica no sea lo peor que un literato puede regalarnos en estos tiempos.


Notas

* La última novela de Michel Houellebecq “Aniquilar” saldrá el 15 de junio en la editorial ANAGRAMA.


Adorno, T., 2019: Ästhetische Theorie, Suhrkamp Verlag, Frankfurt A.M.

Adorno, T., 2022: Kants Kritik der reinen Vernunft, Suhrkamp Verlag, Frankfurt A.M.

Lukacs, G., 1988: Die Zertsörung der Vernunft, Aufbau Verlag, Berlin-Weimar

Marx, K.; Engels, F., 2017: El Manifiesto Comunista, Península Ediciones, Barcelona

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